"¡Tú y tu miserable maquinita de escribir!
¡Tú y tus miserables cheques enanos! ¡Mi abuela gana más dinero que tú!"
Charles Bukowski
Me disponÃa a comenzar las labores del dÃa cuando de pronto se abrió la puerta y entró la esposa de don Hiparco. La luz mortecina que se asomaba por la ventana la hacÃa ver más luminosa que cientos de bombillos de magnesio. El dÃa de por sà era bastante lluvioso como para que doña Julietta entrara a mi oficina a pintarse los labios.
—Dentro de poco escampa —le insinué. En vez de comprobar si era cierto, se sentó en el escritorio, encima de la foto de Rimbaud que yo tenÃa debajo del vidrio. Trató de acomodarse mejor, pero estiró las piernas más allá de lo acostumbrado y se le cayó un zapato. Me tiré al piso y se lo alcancé.
—No seas tÃmido, muchacho... —susurró y estiró el pie.
Cuando uno está haciendo parte del engranaje laboral, inconscientemente termina por aceptar todo lo que le ordenan para evitarse disgustos. Con delicadeza le levanté la falda, le ajusté las medias y le calcé el zapato. No dijo nada. La besé.... Cuando estaba a punto de derretirse se recostó sobre el vidrio y comenzó a menearse de tal modo que empezaron a moverse las sillas, el escritorio, los archivadores, el edificio, la ciudad entera. Por un momento pensé que por la ventana habÃa entrado un rinoceronte, que don Hiparco me habÃa dado un garrotazo en la nuca, que los empleados de la empresa me aplaudÃan a rabiar; nada de eso era cierto:
—¡Pucha! ¡Se cayó el computador! —grité angustiado.
Doña Julietta se bajó del escritorio, se subió los calzones, se abrochó el liguero y alisó la falda como si no hubiera pasado nada. Sin embargo tuve la entereza de manifestarle que con sus nalgas me habÃa arrugado la foto Rimbaud.