La poesía argentina de las últimas cuatro décadas ofrece todos los matices posibles como para afirmar -sin escalofríos- que goza de buena salud. No desmerece a los períodos anteriores en aciertos ni en errores. A escala internacional -dentro del área castellana- no tiene nada que lamentar y bastante que mostrar, fundamentalmente en la riqueza de registros, el abrevamiento en tópicas externas a la tradición poética en nuestra lengua y el manejo de recursos idiomáticos para lo mismo. Lo que sigue es un breve recorrido por sus características más generales, una exigua historia y su cronología desde los combativos 60 hasta la movediza actualidad.
Los 60: “El compromiso con la época”:
La primera vez que vi el rostro del poeta Juan Gelman -hoy Premio Nacional de Literatura, entre otras numerosas distinciones- fue en una comisaría. Al mejor estilo western, un minucioso retrato del autor de Violín y Otras Cuestiones reclamaba su captura vivo o muerto y exigía a la población la inmediata denuncia de cualquier dato sobre su paradero. La pinacoteca incluía otras obras del mismo anónimo artista policial; entre ellas, los retratos de Mario Firmenich, Emilio Perdía y Roberto Vaca Narvaja, de la cúpula de Montoneros.
¿Cómo había llegado hasta esa pared de la comisaría 23, con jurisdicción sobre el Palermo de Jorge Luis Borges y Evaristo Carriego, Juan Gelman, quien acababa de publicar Hechos y Relaciones y Si Dulcemente?
Corría el comienzo de los muy poco dorados 80 y mi generación comenzaba a publicar sus primeros poemarios, la mayoría de nosotros sin comprender, todavía, cómo el desarrollo de la poesía argentina iba a enlazar nombres y obras hasta este presente que, con alguna perspectiva histórica, nos permite bosquejar sus principales matices. Para responder a la pregunta anterior -circunstancial- y a muchas otras más -esenciales para el cometido de este artículo- debemos retrotraernos a la Argentina de hace casi medio siglo.
Por aquella época -mediados de los 50 y comienzos de los 60- un fenómeno nuevo se había producido en la cultura nacional, renovada por la aparición de toda una generación de poetas, narradores, artistas, dramaturgos y cineastas. Se trata de una época que le dio un nuevo y muy fuerte impulso a la industria editorial, la plástica y la cinematografía, impulso que fue acompañado por el surgimiento de un público consumidor de cultura en todas sus formas... menos en poesía.
Para el público consumidor de cine, plástica y literatura nacional, proveniente de las capas medias y altas todavía suficientemente ilustradas en ese entonces y aún poseedoras de una capacidad adquisitiva que les permitía acceder masivamente a entradas de cine y teatro, comprar pintura argentina como inversión a futuro y agotar ediciones de narradores nacionales, en letras sonaban fuertes los nombres de Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz y otros. Autores abundantemente promovidos por la industria editorial local, que veía engrosar sus ventas día a día. Del mismo modo, los medios de comunicación masivos hacían lo suyo, recomendando a unos y denostando a otros, pero de todas formas, dándole un espacio a las letras argentinas del que hoy carecen notoriamente.
Sin embargo, el fenómeno de lo masivo no alcanzó a la poesía argentina.
En el aspecto estético -que es siempre el que perdura, más allá de las epocales movidas de los mass-media y de las efímeras barricadas culturales- la década del sesenta fue traspasada por el imperativo de lo que se llamó “el compromiso con la época”, una premisa que signó sus versos con el intento de reflejar los acontecimientos políticos y sociales de entonces, a través de una poesía donde lo coloquial ganó el campo en gran medida, en un intento de cuño existencial por dar cuenta tanto del hombre como de la circunstancia del momento. Este compromiso de la poesía con la época compelía al autor de los sesenta -por presión de las premisas culturales de entonces, por obligación con el punto de partida de la identidad sustentada por sus contemporáneos y compañeros de generación y, fundamentalmente, por la aceptación que él mismo hacía de ese compromiso en su interioridad- a reflejar y dar cuerpo textual en el poema a las ideologías y concepciones características de ese entonces, fuertemente abonadas por el triunfo de la revolución cubana en 1959 y por la ”gesta guevarista” y el Mayo Francés después. Esta concepción de izquierdas del momento histórico no fue patrimonio exclusivo de la poesía argentina ni de la latinoamericana en general, sino que fue uno de los nutrientes de la cultura en su especto más amplio en ese segmento histórico, impregnando el conjunto de sus manifestaciones. De todos modos, ni la generación del 60 se reduce a lo explicitado ni todos sus representantes se reducen al compromiso con la época. En algunos más que en otros, el límite inherente a este compromiso es numerosas veces traspasado, registrándose en esa misma generación autores que desarrollaron sus obras fuera de esa concepción imperante. Tal el caso de Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz, el mismo Joaquín Giannuzzi y otros. Se entiende que no estamos hablando de nombres menores con los aquí nombrados. Sin embargo, el grueso del subrayado tiene que caer en las obras de autores que, sin deslindarse absolutamente de ese compromiso con la época -prácticamente obligatorio entonces- ofrecen matices y diferencias con esta concepción. El caso de Juan Gelman, que fue el gran disparador de esta idea de compromiso con la época, aunque se alinea en la práctica con la actitud más radical de optar por la acción política directa, como Miguel Ángel Bustos, Roberto Santoro y otros, es paradigmático. Su libro Violín y otras Cuestiones, de 1958, había sido adoptado como el canon a seguir por buena parte de los autores del 60 y su elección posterior de la lucha política y aun por la vía armada vista como un ejemplo admirable de coherencia política, se la compartiera o no. Sin embargo, en su obra, Juan Gelman lo que hace luego es desarrollar precisamente aquellos elementos que menos tienen que ver con las rigideces del compromiso con la época y son característicos de una estética mucho menos preocupada por esta preceptiva. Precisamente, Juan Gelman alcanza su madurez como poeta -y la desarrolla hasta la actualidad- cuando elige forjar una obra personal sin límites políticos ni imperativos ideológicos de ninguna clase... y lo hace cuando todavía se encontraba en la clandestinidad y su retrato ornaba, como dije al principio, todas las comisarías del país.
El compromiso con la época se fue diluyendo lentamente en las aguas menos seguras de sí mismas de la poesía siguiente, la de los 70, donde a la vez que se abandonaba muy pausadamente la obligación de reflejar la época, con sus características y contradicciones, así como con su coloratura ideológica, cobraba mayor peso la subjetividad del poeta y volvía a un primer plano la concepción de la cultura como un fenómeno más universal que estrictamente latinoamericano, como en la época anterior.
Los 70: una “generación bisagra”:
Si el hecho que traspasó y signó a la generación del 60 fue la revolución cubana, el que atravesó de lado a lado a la del 70 fue la llegada al poder del Proceso de Reorganización Nacional, el nombre que eligió una nueva dictadura militar para entronizarse en la Argentina. Si bien nunca se puede hacer una lectura unívoca de los segmentos de la cultura, ni desde lo sociológico, lo económico ni lo político -ni siquiera desde lo estrictamente estético- el peso de acontecimientos como éste, que golpearon al conjunto de la sociedad argentina, acredita por sí solo suceder cambios, desviaciones y giros del rumbo también en la cultura, como ya fue abundantemente reseñado desde entonces hasta la actualidad. De hecho, cuando se produjo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, ya el mapa político del conjunto de Latinoamérica había cambiado, con el florecimiento de dictaduras de índole similar en el resto del continente, que a su vez signaron el acontecer cultural de cada una de sus regiones.
En este contexto, hay que comprender en su justa dimensión el enorme paso dado por los poetas del 70, desde las concepciones anteriores, resueltas, seguras, avaladas por la época, hacia una zona de incertidumbre respecto de esas premisas y que no alcanzaran la puesta en duda y el paulatino abandono de esas concepciones para dar a esta generación unas afirmaciones tan tajantes ni explícitas como aquellas. En sí, la generación del 70 posee valor por las muy buenas poéticas que comenzaron a escribirse en ella, pero no puede ofrecer -como todo período de cambios y de cambios en su caso muy notables, tanto en lo poético como en lo epocal- una coherencia ni una coincidencia conceptual como aquellas de las que hiciera gala la generación anterior. El 70 en poesía y en la Argentina es la década de la disgregación de las vanguardias, de su atomización en individualidades meritorias, precisamente porque estas individualidades son los elementos más dinámicos de la poesía de la época, que ya no podían ser reunidas bajo un programa común o unas premisas generales. Comienza la lenta demolición de los padres y tutores de la década anterior: Pablo Neruda, César Vallejo, Ernesto Cardenal, númenes latinoamericanos, y el conjunto de la poesía social universal tomada antes como referencia inmediata, empiezan a ser abandonados. Como en toda época de crisis, si bien este tembladeral significa mayor libertad de escritura y de elecciones estéticas para el autor, que ya no necesita legitimar su producción personal frente a las verdades reveladas imperantes en su momento, también ello implica una responsabilidad mayor y una seguridad mucho menor ante las dos preguntas claves que se hace un poeta en cualquier época y en todos los momentos de su obra: qué es actualmente poesía y cómo se escribe dicha poesía ahora, frente al papel en blanco.
Los múltiples intentos -y logros- de la generación del 70 hacen complejo reseñar aquí una larga lista de nombres y de obras bien significativas. Pero sí debemos hacer hincapié en que, sin el trabajo destructor/constructor de la poesía de la década del 70, no podría haberse llegado, no sin esta transición posterior a los valores absolutos del 60, al advenimiento de la poesía de la década del 80, que por una parte se reagrupó en vanguardias con programas y poéticas compartidas entre autores, como lo habían hecho los del 60 -aunque el 80 lo hizo con mayor diversidad- y que, por otra parte, como lo hizo la generación del 70, se potenció con individualidades atentas al logro de una poética propia cada una de ellas. De este juego de fuerzas, elecciones, apologías y rechazos, surgió mi generación.
Los 80: corporaciones estéticas y francotiradores independientes
Nunca se subrayará lo suficiente la importancia que tiene, para la historia de la poesía de cualquier período, la existencia de antologías y estudios críticos sobre éste. En el caso de la poesía de los 60, hay dos textos de consulta obligada, publicados por Alfredo Andrés y por Horacio Salas, respectivamente, aunque el del último es mucho más ceñido a una verdadera sistematización fundamentada de lo sucedido.
En el caso de la generación del 80, la primera antología aparecida hasta la fecha es la de Alejandro Elissagaray, titulada La Poesía de los ´80 y publicada por Ediciones Nueva Generación a fines de 2002 en Buenos Aires, que incluye a 22 autores, discriminados por su relación de pertenencia a distintas banderías estéticas de la época o bien por su condición de autores “independientes” de esas mismas propuestas. El precedente inmediato es Signos Vitales. Una Antología Poética de los Ochenta, de Daniel Fara, publicada por Editorial Martin a comienzos del mismo año, y que abarca a 6 poetas exclusivamente independientes.
En el caso de la obra de Elissagaray, el intento es el de abarcar todo el fenómeno generacional mediante una categorización que divide a la producción del período en cinco campos. Son éstos el Setenta Tardío, el Experimentalismo, el Neobjetivismo, el Neorromaticismo y (el segmento más numeroso del conjunto) los Independientes.
El Setenta Tardío, siempre según Alejandro Elissagaray, se divide a su vez en dos subcategorías: la social y la urbana, caracterizada la primera como aquella en que “confluyen tendencias de la poesía social con origen directo en la estética del setenta, aunque bien decantado por el rumbo de la década posterior” (op. cit.). Agrega Elissagaray, respecto de la otra subcategoría, la urbana, a autores que ”proponían una alternativa estética vinculada con el coloquialismo, acendradamente urbana, no latinoamericanista y con mayor predominio de la ironía y el humor como recursos literarios” (ibidem). Respecto de la segunda categoría, el Experimentalismo, el autor lo remite en su aspecto neoconcretista a los autores agrupados bajo la revista Xul, fundada a comienzos de la década por Jorge Santiago Perednik, aunque señalando una subdivisión, de corte neobarroco, influida por Lezama Lima y “más lejanamente por Luis de Góngora y Argote”. Respecto del Neobjetivismo, señala Elissagaray que su propuesta “giraba alrededor de un estética que lleva las señales de la prosa al discurso poético” y que los representantes de esta tendencia son los poetas nueclados en torno a la revista Diario de Poesía, fundada en 1986 y que ha llegado a la actualidad. Caracteriza Elissagaray al Neorromanticismo como “atribuido a los poetas reunidos alrededor de la revista Ultimo Reino, fundada en 1979, fuertemente influidos por el romanticismo alemán, en especial por las obras de Novalis y Hölderlin”.
Respecto de los independientes, Elissagaray se limita a brindar 24 nombres de autores, con la aclaración de que los menciona entre otros que pertenecerían a la misma corriente.
Quien sí arriesga algo más cercano a una definición de este segmento es el citado Daniel Fara, quien afirma “la independencia es esa posibilidad de reconocer peculiarmente un pathos que, desde antiguo, nos afecta a todos, es el combate que sucede al reconocimiento, es la cicatriz que resulta de vencer con palabras, hasta el momento, ajenas. O bien, a efectos prácticos, es saber qué hacer con las influencias, con todos los rangos de influencias, desde la voz irresistible de los clásicos hasta el estilo del propio libro anterior, desde el llamado de la calle hasta la convocatoria implícita en cada sueño. Y, least but not last -porque el tema es interminable y todo lo que se agregue será siempre mínimo-, es saber también que las escuelas, los movimientos, las tendencias, al menos hasta hoy, sólo han servido para subrayar los méritos de los que nunca se ajustaron del todo a sus pautas (pero tampoco desconocieron las convergencias culturales que les dieron origen)” (opus cit.). Según estos dos trabajos, cabría hacer una división mayor de la generación del 80 entre dos partes: la una compuesta por los autores agrupados en las cuatro primeras categorías señaladas por Elissagaray y la otra por la quinta división, los independientes, mencionados por Elissagaray y reseñados por Fara en el párrafo transcripto. Como punto de partida, con la perspectiva histórica que dan los veinte años transcurridos desde la aparición de los primeros libros de esta generación y el aporte de los trabajos de Fara y Elissagaray, se puede comenzar a vislumbrar las realidades, mentiras y adulteraciones, así como los logros reales y autores principales -siempre con la perspectiva que sólo da el tiempo y la obra publicada- de ese fenómeno que es la generación de los 80.
Los poetas argentinos más recientes no salieron de la nada:
Desde los 90 hasta la actualidad, un crecido número de autores ha comenzado a publicar sus primeros poemarios. Aunque falta inevitablemente leer cuál será -en la página impresa, que en poesía es la verdad definitiva- su futuro desarrollo, algunos nombres comienzan a vislumbrarse como interesantes propuestas, sin que hasta la fecha puedan ser agrupados en ciertas categorías homogeneizantes, como sucede con algunos de sus predecesores.
Llamativamente, no exhiben características ni influencias muy marcadas que los emparienten con los neorrománticos, objetivistas, experimentalistas ni neobarrocos de la década anterior, escuelas que se han quedado -al menos, de momento- sin descendencia... Al parecer, los poetas más recientes, del noventa para acá, se encuentran embarcados en búsquedas individuales y van sus obras hacia el logro de poéticas personales, aspecto éste que sí tiene un cercano precedente, pues como decía César Vallejo, “no hay dios / ni hijo de dios sin desarrollo”.
Quien quiera oír, oirá.
BREVE RESEÑA DE LA POESIA ARGENTINA DE LAS ULTIMAS CUATRO DECADAS
1960. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Poemas. BIGNOZZI, Juana. Los límites. CANZANI, Ariel La sed. HUASI, Julio. Sonata popular de Buenos Aires. Yankería. JUARROZ, Roberto. Seis poemas sueltos. LAMBORGHINI, Leónidas. Al público. LUCHI, Luis. El ocio creador. PEICOVICH, Esteban. Palabra limpia de mí. PIZARNIK, Alejandra. Poemas. YANNOVER, Héctor. Las iniciales del amor.
1961. ANDRES, Alfredo. Se alquila una soledad. GELMAN, Juan. Velorio del solo. VIGNATI, Alejandro. El cielo no arde.
1962. ANDRES, Alfredo. Si tengo suerte. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Los riesgos y el vacío.. CANZANI, Ariel El sueño debe morir mañana. GELMAN, Juan. Gotán. GIANUZZI, Joaquín. Contemporáneo del mundo. NEGRO, Héctor. El fuego lúcido. PIZARNIK, Alejandra. Arbol de Diana. SILBER, Marcos. Las fronteras de la luz.
1963. ANDRES, Alfredo. Che. CANZANI, Ariel Filásticas de la angustia. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Salvado del terremoto. JUARROZ, Roberto. Segunda poesía vertical. PEICOVICH, Esteban. La vida continúa. PLAZA, Ramón. Edad del tiempo.
1964. ANDRES, Alfredo. Noche en la ciudad;. ANGELI, Héctor Miguel. Manchas. CARLINO, Alfredo. Chau, Gatica. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Felipe Varela. LUCHI, Luis. Poemas de las calles transversales; La vida en serio. SALAS, Horacio. La soledad en pedazos. YANNOVER, Héctor. Arras para otra boda. VAZQUEZ, Rafael. Apuesta diaria.
1965. ANDRES, Alfredo. A fuego lento. BUSTOS, Miguel Angel. Fragmentos fantásticos. CANZANI, Ariel El payaso del incendio. DELLEPIANE RAWSON, Alicia. Atreverse todo. HUASI, Julio. Los increíbles. JUARROZ, Roberto. Tercera poesía vertical. LAMBORGHINI, Leónidas. Las patas en la fuente. PIZARNIK, Alejandra. Los trabajos y las noches. PLAZA, Ramón. A pesar de todo. SILBER, Marcos. Sumario del miedo.
1966. ANGELI, Héctor Miguel. Las burlas. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. De los opuestos. CANZANI, Ariel Monigotes. CARLINO, Alfredo. Ciudad del tango. DELLEPIANE RAWSON, Alicia. Las buenas razones. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Cánticos. SALAS, Horacio. Memoria del tiempo.
1967. BIGNOZZI, Juana. Mujer de cierto orden. BUSTOS, Miguel Angel. Visión de los hijos del mal. D´ANNA, Eduardo. Muy muy que digamos. GIANUZZI, Joaquín. Las condiciones de la época. LAMBORGHINI, Leónidas. La estatua de la libertad. PEICOVICH, Esteban. Introducción al camelo. SUAREZ, María del Carmen. La noche y los maleficios.
1968. LAMBORGHINI, Leónidas. La canción de Buenos Aires. PIZARNIK, Alejandra. Extracción de la piedra de la locura. SALAS, Horacio. La corrupción. SILBER, Marcos. Ella.
1969 ANDRES, Alfredo. El 60 (antología). AULICINO, Jorge Ricardo. Reunión. GELMAN, Juan. Los poemas de Sidney West. JUARROZ, Roberto. Cuarta poesía vertical. PIZARNIK, Alejandra. Nombres y figuras.
1970. BELLESSI, Diana. Destino y propagaciones. PIZARNIK, Alejandra. El infierno musical. TEDESCO, Luis. Los objetos del miedo.
1971. AULICINO, Jorge Ricardo. Mejor matar esa lágrima. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Imposibilidad del lenguaje o los riesgos del amor. GELMAN, Juan. Cólera buey. SALAS, Horacio. Mate pastor.
1972. CARRERA, Arturo. Escrito con un nictógrafo. SUAREZ, María del Carmen. Los dientes del lobo.
1973. CARRERA, Arturo. Momento de simetría. FREIDEMBERG, Daniel. Blues del que vuelve solo a casa. GRAVINO, Amadeo. Marylyn.
1974. JUARROZ, Roberto. Quinta poesía vertical. SILBER, Marcos.Dopoguerra.
1975. AULICINO, Jorge Ricardo. Vuelo bajo. CARRERA, Arturo. Oro. CHIROM, Daniel. Crónica de Robledo Puch. GRAVINO, Amadeo. Lady Macbeth. JUARROZ, Roberto. Sexta poesía vertical. TEDESCO, Luis. Cuerpo. YANNOVER, Héctor. Antología poética.
1976. SALAS, Horacio. Generación poética del 60 (antología). SUAREZ, María del Carmen. Voracidad del sonido.
1977. GENOVESE, Alicia. El cielo posible. GIANNUZZI, Joaquín. Señales de una causa personal. REDONDO, Víctor. Poemas a la maga.
1978. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Anunciación del mal y la inocencia. SALAS, Horacio. Gajes del oficio (Madrid). VINDERMAN, Paulina. Los espejos y los puentes.
1979. ANADON, Pablo. Poemas. CHIROM, Daniel. Los atlantes.
1980. AULICINO, Jorge Ricardo. Poeta antiguo. BELLESSI, Diana. Tributo del mudo. BENITEZ, Luis. Poemas de la tierra y la memoria. CHIROM, Daniel. Antología de la nueva poesía argentina. PERLONGHER, Néstor. Austria-Hungría. REDONDO, Víctor. Homenajes. TEDESCO, Luis. Paisajes. VINDERMAN, Paulina. La otra ciudad.
1981. BELLESSI, Diana. Crucero ecuatorial. FREIRE. Héctor. Quipus. TRACEY, Mónica. A pesar de los dioses. VITALE, Carlos. Códigos.
1982. CARRERA, Arturo. La partera canta. CIGNONI, Roberto. Margen puro. COFRECES, Javier. Años de goma. ETCHECOPAR, Dolores. Su voz en la mía. GENOVESE, Alicia. El mundo encima. KOFMAN, Fernando. Tiempo de convulsión. MOORE, Esteban. La noche en llamas. RIMONDINO, Adrián. Paisaje de barrio. SAEZ, Carlos Santos. Hombres de segunda. VILLALBA, Susana. Oficiante de sombras. VINDERMAN, Paulina. La mirada de los héroes.
1983. AULICINO, Jorge Ricardo. La caída de los cuerpos. BENITEZ, Luis. Mitologías/ La Balada de la Mujer Perdida. BENITEZ, Luis, y GIRALDEZ, Mónica. Poesía inédita de hoy (antología). CARRERA, Arturo. Mi padre. CARRERA, Arturo. Arturo y yo. CHIROM, Daniel. La diáspora. MOORE, Esteban. Providencia terrenal. RIMONDINO, Adrián. Afanes. SAEZ, Carlos Santos. La navaja turra.
1984. FREIRE. Héctor. Des-Nudos. ETCHECOPAR, Dolores. La tañedora. LOJO, María Rosa. Visiones. SAMPAOLESI, Mario. Cielo primitivo. VINDERMAN, Paulina. La balada de Codelia. VITALE, Carlos. Variaciones.
1985. BELLESSI, Diana. Danzante de doble máscara. BENITEZ, Luis. Behering y otros poemas (segunda ed. 1993, México). CARRERA, Arturo. Animaciones suspendidas. CIGNONI, Roberto. Resplandores. COFRECES, Javier. La liebre tiesa. ETCHECOPAR, Dolores. El atavío. GRAVINO, Amadeo. La calle pobre. NEGRONI, María. De tanto desolar. REDONDO, Víctor. Circe, cuaderno de trabajo. SALAS, Horacio. Cuestiones personales. TEDESCO, Luis. Reino sentimental.
1986. FREIDEMBERG, Daniel. Diario de la crisis (segunda ed., 1989). KLEIN, Laura. A mano alzada. SAMPAOLESI, Mario. La belleza de lo lejano. VILLALBA, Susana. Clínica de muñecas.
1987. CARRERA, Arturo. Ticket para Edgardo Russo. CIGNONI, Roberto. 28 poemas. GRAVINO, Amadeo. María, páramo de nostalgia. KOFMAN, Fernando. Caída de la catedral. MOORE, Esteban. Con Bogey en Casablanca y otros poemas. PERLONGHER, Néstor. Alambres. TRACEY, Mónica. Celebración errante. VITALE, Carlos. Confabulaciones (España).
1988. AULICINO, Jorge Ricardo. Paisaje con autor. COFRECES, Javier. Pasaje renacimiento. GRAVINO, Amadeo. Santa María blues. MONTANARO, Pablo. El fin vendrá a su tiempo. SZWARC, Susana. En lo separado. VINDERMAN, Paulina. Rojo junio.
1989. BENITEZ, Luis. Guerras, epitafios y conversaciones. CARRERA, Arturo. Children´s corner. CHIROM, Daniel. El hilo de oro.
ETCHECOPAR, Dolores. Notas salvajes. NEGRONI, María. per/canta. REDONDO, Víctor. Mercado de ópera. VILLALBA, Susana. Susy, secretos del corazón.
1990. ANADON, Pablo. Estaciones del árbol. GARCIA HELDER, Daniel. El faro de Guereño. GRAVINO, Amadeo. Caricaturas de Viuti por Ciudad Gótica. PERLONGHER, Néstor. Parque Lezama. PERLONGHER, Néstor. Aguas aéreas. SALAS, Horacio. El otro. TRACEY, Mónica. Hablar de lo que se ama.
1991. ALPEROVICH, Laura, Armas como el silencio. BELLESSI, Diana. Buena travesía, buena ventura pequeña Uli. COFRECES, Javier. Amianto. CWIELONG, Marta. Razones para huir. DIAZ MINDURRY, Liliana. Sinfonía en llamas. DIAZ MINDURRY, Liliana. Paraíso en tinieblas. FREIRE. Héctor. Voces en el sueño de la piedra. GRAVINO, Amadeo. Soledad-es. KOFMAN, Fernando. Polifonía en el páramo. LOJO, María Rosa. Forma oculta del mundo.
MONTANARO, Pablo. Señales sobre un sueño. NEGRONI, María. La jaula bajo el trapo. SAMOILOVICH, Daniel. La ansiedad perfecta.
1992. ALPEROVICH, Laura, La ferocidad y el cielo. ANADON, Esteban .La vida que se vive. BENITEZ, Luis. Fractal. CIGNONI, Roberto. Nevada y estrella. GENOVESE, Alicia. Anónima. GRAVINO, Amadeo. Hilda, Belle Peinture. MONTANARO, Pablo. El fin vendrá a su tiempo. KOFMAN, Fernando. Zarza remueve. PERLONGHER, Néstor. El chorreo de las iluminaciones. SAMPAOLESI, Mario. La lluvia sin sombra. SAMPAOLESI, Mario. El honor es mío.
1993. BELLESSI, Diana. El jardín.. CARRERA, Arturo. Negritos. DIAZ MINDURRY, Liliana. Wonderland. GRAVINO, Amadeo. Cartas para un amor salvaje.
1994. ALIBERTI, Antonio. 70 poetas argentinos (antología). ANADON, Pablo. Cuaderno florentino y otros poemas italianos. AULICINO, Jorge Ricardo. Hombres en un restaurante. CARRERA, Arturo. La banda oscura de Alejandro. COFRECES, Javier. Mar de fondo. ETCHECOPAR, Dolores. Canción del precipicio. GARCIA HELDER, Daniel. El guadal. GENOVESE, Alicia. Vida interior de la discordia. GRAVINO, Amadeo. Buenos Aires, comedia. MONTANARO, Pablo. Ella. MOORE, Esteban. Poemas 1982-87. MOORE, Esteban. Tiempos que van. NEGRONI, María. Islandia. NEGRONI, María. El viaje de la noche. VINDERMAN, Paulina. Escalera de incendio.
1995. ALPEROVICH, Laura, La dualidad amante. AULICINO, Jorge Ricardo. Almas en movimiento. BENITEZ, Luis. El pasado y las vísperas. (Venezuela). MONTANARO, Pablo. Tiempos jamás dibujados. PRIETO, Martín. La música antes. TEDESCO, Luis. Vida privada.
1996. BELLESSI, Diana. Colibrí ¡lanza relámpagos! BENITEZ, Luis. Selected poems (EE.UU., selección y traducción de Verónica Miranda). FREIDEMBERG, Daniel. Lo espeso real.
1997. CARRERA, Arturo. El vespertillo de las parcas. COFRECES, Javier. Ropa íntima. CWIELONG, Marta. De nadie. FREIRE. Héctor. Poética del tiempo. GENOVESE, Alicia. El borde es un río. GRAVINO, Amadeo. Notas. KLEIN, Laura. Bastardos del pensamiento. SAMOILOVICH, Daniel. Superficies iluminadas. VILLALBA, Susana. Matar un animal. VINCIGUERRA, Lidia. Poesía argentina de fin de siglo (antología).
1998. BELLESSI, Diana. Sur. GRAVINO, Amadeo. El rock de la lluvia. LOJO, María Rosa. Esperan la mañana verde. TEDESCO, Luis. La dama de mi mente. VINDERMAN, Paulina. Bulgaria. VITALE, Carlos. Selected Poems (EE.UU., selección y traducción de Verónica Miranda).
1999. AULICINO, Jorge Ricardo. La línea del coyote. BEJERMAN, Gabriela. Alga. COFRECES, Javier. Poetas surrealistas argentinos (antología). CUCURTO, Washington (VEGA, Santiago). La máquina de hacer paraguayitos. GRAVINO, Amadeo. Poemas con princesa. MOORE, Esteban. Partes mínimas. MOORE, Esteban. Instantáneas de fin de siglo. SAMPAOLESI, Mario. Puntos de colapso. SZWARC, Susana. Bailen las estepas. TRACEY, Mónica. Hablo en lenguas. VILLALBA, Susana. Caminatas.
2000. CHIROM, Daniel. Candelabros. TEDESCO, Luis. En la maleza. VITALE, Carlos. Unidad de lugar (España). VITALE, Carlos. Vistas al mar (España).
2001. BENITEZ, Luis. La yegua de la noche (Chile). BENITEZ, Luis. Antología (selección e introducción de Alejandro Elissagaray). CELLA, Susana. Tirante. CELLA, Susana. Río de la Plata.
2002. ELISSAGARAY, Alejandro. La poesía de los 80 (antología). FARA, Daniel. Signos Vitales. Un antología poética de los ochenta. TEDESCO, Luis. Aquel corazón descamisado.
2003. FREIRE. Héctor. Motivos en color de perecer. MOORE, Esteban. Partes mínimas y otros poemas. SALAS, Horacio. Dar de nuevo. SAMPAOLESI, Mario. Miniaturas eróticas. VINDERMAN, Paulina. El muelle.
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