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Rodolfo Jorge Walsh | La Revolución Palestina * con Prólogo de Ángel Horacio Molina

by - mayo 26, 2013




















Especial para Analecta Literaria


RODOLFO JORGE WALSH fue un periodista, escritor, dramaturgo y traductor argentino nacido en Lamarque, Río Negro, Argentina, el 9 de enero de 1927. Autor de cuentos y relatos policiales, precursor del Nuevo Periodismo y de lo que años más tarde se llamó «Non fiction novel». En la noche del 10 de junio de 1956, mientras jugaba al ajedrez en el club Capablanca de La Plata, recibió las primeras noticias sobre el levantamiento de los generales Valle y Tanco; seis meses  después comenzó su investigación sobre los fusilamientos clandestinos de civiles en los basurales de José León Suárez. Al año siguiente, apareció Operación Masacre con el que Walsh inauguró en la  Argentina la novela de no ficción, en la cual la investigación periodística sirve de punto de partida para la narración de hechos reales por medio de procedimientos ficcionales. Tanto en este libro como en sus investigaciones posteriores (¿Quién mató a Rosendo? de 1969 y El caso Satanovsky de 1973), Walsh incorporó las técnicas de la investigación periodística y los procedimientos del  género policial, como el uso del enigma y del suspenso, politizando sus estrategias centrales. En los años cincuenta, ingresó a la editorial Hachette, donde trabajó como corrector de pruebas de imprenta, lector, antólogo y traductor. Colaborador de las revistas Leoplán, Vea y Lea, Panorama, Primera Plana, Semanario Villero, de la editorial Jorge Alvarez y los periódicos Mayoría y Noticias, creó y dirigió el semanario CGT y participó de la gestación y primeros pasos de la agencia cubana Prensa Latina y, años más tarde de  la clandestina ANCLA. Autor de Operación Masacre,  ¿Quién mató a Rosendo?, El caso Satanovsky. Además de sus relatos agrupados en Diez cuentos policiales, Variaciones en rojo, Los oficios terrestres, Un kilo de oro, Un oscuro día de justicia, presentó en 1965 las piezas teatrales La granada y La batalla.  Su temprano compromiso político se evidenció en su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista y, décadas más tarde, en su participación en la CGT de los Argentinos y su  incorporación al grupo armado FAP y, posteriormente, a Montoneros. Después de enviar por correo los primeros ejemplares de su "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar" en un buzón de Plaza  Constitución, fue herido y secuestrado por un grupo de tareas de la Marina en las inmediaciones de la esquina porteña de San Juan y Entre Ríos, el 25 de marzo de 1977. Desde entonces se encuentra desaparecido. En 1974, Rodolfo Walsh, enviado de Noticias, estaba en Beirut el 15 de mayo cuando un comando palestino golpeó en Maalot. Caminó al día siguiente entre las ruinas de las aldeas libanesas bombardeadas por  la aviación israelí. Entrevistó a los principales dirigentes de la Resistencia Palestina; antes había pulsado el sentimiento dominante en El Cairo, Damasco, Argel. En su opinión, los acuerdos tramitados por Kissinger no sellarán la paz en Medio Oriente. La explicación está en el pueblo palestino expulsado de su tierra y en la marea revolucionaria que sacude a ese pueblo. Esa Revolución  es el tema de la serie que empieza a publicar Noticias, entre el 12 y el 19 junio de 1974. Analecta Literaria publica en calidad de Adelanto Exclusivo para sus páginas, el Prólogo completo de nuestro compañero y Jefe de Redacción, Ángel Horacio Molina, y el primer Capítulo íntegro del libro La Revolución Palestina de Rodolfo J. Walsh. Agradecemos muy especialmente a Ediciones El Hornero de Rosario la autorización para publicar las partes seleccionadas del libro. 

                                                                                                                                                                                  LA REDACCIÓN



Prólogo



El aporte de Walsh en la era de la desinformación

“Las sociedades de la desinformación conforman un estrato importante del entramado  imperial que oprime al mundo”.    
 Tariq Ali1

Escritas durante 1974, la serie de notas de Rodolfo Walsh sobre el conflicto palestino-israelí conservan aun una extraordinaria vigencia, en la medida en que el autor se propone desarticular, desde su lugar cómo periodista, escritor y militante, el andamiaje discursivo que legitima el proyecto neo-colonial en Oriente Medio. No se trata éste de un gesto menor; por el contrario, la utilización de los medios de comunicación a la hora de dar cuenta de la resistencia palestina supone, por parte de Walsh, instalar la disputa ideológico-discursiva en el corazón mismo del sistema. Como Laura Navarro sostiene, siguiendo los lineamientos teóricos gramscianos, las instituciones que configuran la opinión pública forman parte de “los aparatos de hegemonía (…) que permiten dirigir intelectual, moral y políticamente a una sociedad, sin necesidad de recurrir a la violencia física para obtener el consenso de la mayoría”2. 
      
Los medios de comunicación se revelan como uno de los pilares imprescindibles a la hora de construir, fortalecer y mantener los lineamientos  fundamentales del discurso hegemónico, ocultando los intereses políticos y económicos a los que responde. 
“Los  medios ocupan así una posición destacada en el ámbito de las relaciones sociales, visto que es en el dominio de la comunicación donde se fijan los contornos ideológicos de orden hegemónico y se procura reducir al mínimo indispensable el espacio de la circulación de ideas alternativas y contestatarias”3
La apuesta de Walsh, desde las columnas del diario Noticias, conserva toda su osadía; no se limita a reproducir  lo que observa sino que sabe contextualizarlo, señalando los procesos históricos que vislumbra con la resistencia palestina como protagonista. Avanza, así, sobre los mitos políticos sobre los cuales pretende legitimar su existencia Israel, poniendo al descubierto el entramado de mentiras y ocultamiento que el Estado sionista ha construido en connivencia con el aparato académico- mediático de las potencias occidentales.
       
Pero el movimiento palestino del que Walsh fuera testigo en aquellos años ha sufrido toda una serie de cambios de los que, hoy, no podemos abstraernos a la hora de aproximarnos al conflicto palestino-israelí. No está de más, entonces, repasar, someramente, las etapas que han marcado a la resistencia palestina para situar a los escritos de Walsh en el contexto adecuado.

La causa palestina y el fracaso del arabismo
La resistencia palestina que Walsh tenía ante sus ojos en 1974 respondía a ciertos presupuestos ideológicos y declamativos que giraban fundamentalmente en torno al proyecto panarabista. Entendido éste como la voluntad de unión entre los países árabes y la defensa mutua frente a las ambiciones imperiales, en necesario señalar el devenir de éste proyecto y las causas de un fracaso del que Walsh no fue testigo.
      
La avanzada sionista sobre territorio palestino, desde mediados del siglo XIX, y la reacción árabe frente a la misma ha puesto permanentemente en entredicho la solidez del arabismo como referente político movilizador para los arabo-parlantes. El accionar siempre ambiguo de las dirigencias árabes para con el sionismo contrastan con la rotunda negativa del Sultán otomano Abdul Hamid II de negociar, con los representantes sionistas, las tierras palestinas. El mismo Yassir Arafat recordaba el triste accionar de los líderes árabes tras la declaración de independencia de Israel en 1948, frente a la cual los egipcios tomaron como primera medida desarmar a la resistencia palestina en Gaza. “No puedo olvidarlo - relataba Arafat - ; yo estaba en Gaza. Un oficial egipcio vino hacia mi grupo y ordenó que entregáramos nuestras armas. Al principio no podía creer lo que oía. Preguntamos por qué y el oficial respondió que era una orden de la Liga Árabe”. (…) Cuando el 10 de junio la Liga Árabe acepta un alto el fuego de treinta días, el Secretario General Abdurrahman Azzam se levanta murmurando ‘El pueblo árabe jamás nos perdonará lo que hemos hecho’. La tregua da tiempo a los judíos para consolidar sus posiciones; mientras, los árabes ni siquiera se reaprovisionan”. 4
Vencidos los ejércitos árabes, la posibilidad de establecer un Estado palestino en Gaza y Cisjordania se desvanece, estos territorios quedan bajo administración de Egipto y Jordania respectivamente. La complicidad y las oscuras negociaciones que históricamente ha mantenido la dinastía jordana con Israel, en detrimento de los movimientos palestinos, son por todos conocidas y nos eximen de profundizar en las mismas. Más llamativo podría resultar el accionar del mayor representante del arabismo a nivel mundial, nos referimos al entonces presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. La política de Nasser, como la de la mayoría de los líderes árabes antes y después de él, procuró fortalecer el poder de su propio país y la influencia del mismo por sobre los demás estados árabes, manteniendo bajo control a la resistencia palestina. La primera Organización para la Liberación de Palestina, creada en 1964 por la Liga Árabe, respondía a los intereses egipcios y se mostraba claramente incapaz de organizar la resistencia contra las fuerzas sionistas5. 
Los errores cometidos durante la Guerra de los Seis Días y la aplastante derrota de los ejércitos árabes señalan el comienzo de la decadencia del arabismo como proyecto político movilizador. Perdido todo el territorio palestino en manos de los sionistas, los éstos dependen de la solidaridad de los estados árabes vecinos a Israel para la realización de acciones armadas. La respuesta jordana será la masacre contra las fuerzas de resistencia palestinas en 1970 durante el tristemente conocido Septiembre Negro. Egipto, por su parte, asiste a la muerte de su líder en ese mismo año, siendo sucedido por el abiertamente pro occidental Anwar As Sadat. Siria, en tanto, ve mutilado su territorio ante la pérdida de las Alturas del Golán, lo que sitúa a las fuerzas israelíes a unos pocos kilómetros de Damasco. La causa palestina es objeto, entonces, de un descarado intento de manipulación por parte de los distintos gobiernos árabes que buscan dirigir la resistencia según sus intereses particulares; asistimos por estos años al surgimiento de una enorme cantidad de grupos armados palestinos funcionales al estado árabe que lo financia. Incluso la Guerra de 1973, de Yom Kippur o de Ramadán, es emprendida por parte de los países árabes con el sólo interés de establecer nuevas condiciones de negociación con los israelíes, sin contemplar realmente la posibilidad de recuperar parte alguna del territorio palestino. 
      
Pero 1974, año en el que Walsh publica sus notas en el diario Noticias, señala para la OLP (ya con Arafat a la cabeza) un momento fundamental en su historia y en el devenir de la resistencia palestina. Con el heroico antecedente de Al Karameh (que Walsh relata) y el reconocimiento, en la cumbre árabe de 1973, de la Organización para la Liberación de Palestina como “único representante del pueblo palestino”, Al Fatah y su líder se constituían en la esperanza de un proceso de cambios revolucionarios en Oriente Medio, y esta es precisamente la lectura que realiza el propio Walsh. La presencia de Arafat ese mismo año en la Asamblea General de Naciones Unidas reivindicando los derechos del pueblo en un discurso memorable, parecía señalar el fortalecimiento de la causa palestina de la mano de un líder destinado a conducirla a la victoria. Pero Walsh no menciona (casi con seguridad por desconocimiento) lo que podría considerarse como el primer gran renunciamiento de Arafat, el primer indicio de lo que van a ser una larga cadena de claudicaciones. Desde febrero de 1974 circulaba en el seno de la OLP un documento de trabajo que vuelve sobre la idea, ya rechazada en 1971, de contentarse, por lo menos en una primera etapa, con una parte menor del territorio, “aquella que pueda ser recuperada al ocupante sionista”. Esta propuesta de mini-estado provoca la ruptura de la OLP con la salida de sus filas del Frente Popular para la Liberación de Palestina que califica a la propuesta como “una deviación histórica” de la que no se harán responsables. Durante los próximos tres años Arafat trabajará para imponer su propuesta que empezaba a ser bien recibida en los ámbitos internacionales. Podemos encontrar, entonces,  en 1974 los presupuestos que conducirán la lógica negociadora de la OLP décadas más tarde.
      
Los años posteriores a las notas de Walsh no van a ser mucho más alentadores para los palestinos. De hecho, el repliegue más obsceno de los estados árabes sobre sí mismos, en detrimento de la causa palestina, se produce durante estos años. En 1976 Siria inicia una serie de ataques en el Líbano contra las fuerzas de resistencia palestinas, con el objetivo de evitar el fortalecimiento de cualquier fuerza política capaz de poner en entredicho su hegemonía en el país de los cedros. La masacre llevada a cabo en el campamento de refugiados palestinos de Tel Al Zaatar, donde fuerzas sirias junto a los falangistas cristianos asesinaron el 12 de agosto de 1976 a mil quinientas personas en un solo día, es la muestra más acabada de lo que sostenemos.  Las  negociaciones de paz que egipcios e israelíes inician, con la anuencia estadounidense, se plasman definitivamente en los acuerdos de Camp David en 1978, que rompen con la histórica postura de los países árabes de no negociar por separado la paz con Israel, privilegiando los intereses nacionales por sobre la “causa árabe” y abandonando a su suerte a la resistencia palestina.
Aislados, sin la frontera sur (con Egipto) ni Este (con Jordania) disponibles para llevar acciones de hostigamientos al ocupante sionista, los palestinos recibirán el golpe más terrible durante la invasión israelí al Líbano en 1982, que contó con el visto bueno de los cristianos maronitas libaneses. El discurso arabista se había evaporado, dando lugar al chauvinismo nacionalista libanés más nefasto (que por otra parte seguía los pasos del que, en su momento y ante la inacción generalizada de los árabes, desplegara la monarquía jordana contra los palestinos). 
      
Expulsados del Líbano, sin frontera alguna desde donde llevar a cabo acciones de resistencia a gran escala, sólo los palestinos bajo la ocupación sionista consiguen, en un proceso largo y conflictivo, mantener la lucha contra el expansionismo israelí. La Intifada de 1987, recuerda al mundo la situación de ilegalidad sobre la que se construyó el estado israelí, pero también denuncia ante los pueblos árabes la solitaria resistencia a la que fueron confinados los palestinos. Rápidamente la OLP (bajo la dirección de Arafat), claro representante del proyecto arabista,  se apropia de la  espontánea movilización palestina contra los fuerzas represivas sionistas a fin de fortalecer su capacidad negociadora frente a Israel.  Sin embargo, el escenario internacional había cambiado y el proyecto arabista ya no era el único capaz de movilizar las fuerzas resistentes en los territorios árabes. El Islam, como alternativa política, ganaba espacios otrora arabistas, y el proceso no hacía más que empezar.
      
Hamas y la alternativa islámica 
La enorme actividad de los Hermanos Musulmanes de Egipto y el triunfo de la Revolución Islámica en Irán en 1979, constituyen elementos indispensables a la hora de intentar comprender lo que hemos de llamar la “alternativa islámica” o el proyecto islámico. Con esto  entendemos a aquel discurso político religioso que propone como eje movilizador la pertenencia al Islam y la lucha por la constitución de un Estado Islámico, más allá de distinciones de tipo étnicas o lingüísticas6.
En el caso de Palestina, dos organizaciones surgidas durante los ochenta representan con mayor claridad este proyecto: nos referimos a Hamas (Movimiento de Resistencia Islámico) y a la Yihad. Inspirados en los hermanos Musulmanes de Egipto, más organizado y con mayores recursos que Yihad, Hamas ha sabido desarrollar una amplia red de organizaciones sociales en los territorios ocupados (Universidades, comedores, clubes, asociaciones, etc.) además de contar con un ala armada propia (Izzedin Al Qassam). La radicalización progresiva de la primera Intifada de 1987, supuso un aumento de la influencia de Hamas en las acciones de resistencia, lo que preocupó sobremanera a los dirigentes de la OLP quienes inmediatamente, ante la amenaza interna que suponía Hamas, inician negociaciones con Israel en una situación absolutamente desfavorable y con escaso apoyo de las bases. En ese marco se realiza la Conferencia de Madrid en 1991 y los posteriores Acuerdos de Oslo en 1993, donde la OLP reiteró el reconocimiento de Israel como Estado, en tanto que los sionistas hacían lo propio reconociendo a la OLP como interlocutor de los palestinos y cediendo a la ahora llamada Autoridad Nacional Palestina cierta autonomía en algunas ciudades de Gaza y Cisjordania, donde, además se traspasaron competencias en áreas como la sanitaria y la policial. Es menester, sin embargo, recordar las limitaciones de la policía palestina dirigida por la OLP, la misma no estaba autorizada a detener a colonos o ciudadanos israelíes, es decir, su función era simplemente reprimir a los propios palestinos (recordemos que asistíamos a un progresivo aumento de la popularidad de Hamas en las calles). La primera Intifada termina, como vemos, no por la acción de las fuerzas represivas sionistas, sino por la claudicación de Arafat y sus hombres. Sin embargo, el impacto popular que significó para los palestinos el reconocimiento mundial de sus símbolos y autoridades le permitió a la OLP legitimar sus acciones a través de las elecciones de 1996, en las que Yassir Arafat fue elegido como Presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
Pero el proceso negociador estaba viciado desde sus orígenes, y lo que siguió a estos primeros encuentros fue una sucesión de concesiones palestinas y la reducción de las zonas autónomas a pequeñas zonas sin continuidad territorial ni viabilidad económica.7 El fracaso de las negociaciones, la impunidad israelí en acciones de hostigamiento constante a la población palestina y la explicita provocación del líder del partido israelí Likud ingresando con fuerzas sionistas a la Explanada de las Mezquitas,8 dieron origen a la segunda Intifada o Intifada Al Aqsa durante el 2000. Pero ese año traerá consigo otro acontecimiento de enorme trascendencia para los movimientos islámicos de la región: tras años de resistencia, Hizbullah consigue expulsar a las fuerzas israelíes y sus aliados del sur del Líbano. El hecho tiene enormes implicancias para el imaginario de los musulmanes del mundo que asisten al triunfo de una organización religiosa (con partido político, milicia irregular y organizaciones sociales de lo más variadas) por sobre unas fuerzas armadas que habían construido para sí mismas el mito de la invencibilidad. Hizbullah había logrado lo que ningún Estado árabe u organización político-militar arabista pudo jamás conseguir, la rendición y la retirada incondicional de Israel de territorio árabe.
La contracara  de los triunfos islámicos fue el fracaso del arco árabe para reaccionar de manera eficaz y conjunta a la invasión y destrucción de un estado hermano, Irak, en 2003. De hecho, autores como Kramer sitúan en la invasión norteamericana al país mesopotámico, la muerte definitiva del proyecto arabista y su discurso. 
 
Unos meses después, Arafat moría (en 2004) dejando como herencia un proceso negociador absolutamente desfavorable para los palestinos y la cuestión de Jerusalén sin resolver. Mahmud Abbas (Abu Mazen) se hace cargo, entonces, de la dirección de la OLP y, por la tanto, de la Autoridad Nacional Palestina. Pero el trabajo y la coherencia de Hamas en su lucha contra Israel se traducirán en el triunfo de esta organización en las elecciones de 2006, arrebatando la representación de los intereses palestinos de las manos de la OLP. Contrariamente a lo que algunos analistas suponen9, el discurso arabista no se concilia fácilmente con las prácticas democráticas, y la OLP (con el apoyo de las potencias europeas, Estados Unidos y los países árabes10) desconoce el triunfo de Hamas que logra fortalecer sus posiciones en Gaza. Mahmud Abbas exigió a la organización islámica el reconocimiento del Estado de Israel para, a partir de la satisfacción de esta exigencia, contemplar la posibilidad de formar un gobierno de unidad. La negativa de Hamas no hizo más que exacerbar la enemistad de la OLP para con la misma y las complicidades del grupo de Abbas con el Estado sionista quedaron en evidencia11.

Ideas finales
      
Viejos debates, pero no por eso menos urgentes, están implícitos en las líneas precedentes: ¿qué posibilidades de triunfar tiene la causa palestina mientras exista todo un espectro de países árabes aliados a Israel?; ¿es necesario que se produzcan, primero, una serie de cambios hacia el interior de los distintos sistemas políticos de estos estados árabes para alejar del poder a los residuos monárquicos y dictatoriales que favorecen las políticas de Israel y los Estados Unidos, para luego pensar en una acción exitosa por Palestina?; ¿cómo puede la ANP defender en los organismos internacionales los intereses de su pueblo mientras defiende sus aparatos de corrupción y hace alianzas con los ocupantes sionistas?; ¿sigue siendo la resistencia palestina el actor político con las posibilidades de desencadenar un proceso transformador revolucionario en Oriente Medio? No podemos aquí responder a estos interrogantes. Sólo la incólume voluntad de resistencia del pueblo palestino demostrada por décadas de heroica lucha, a pesar de las traiciones, nos permite pensar en un horizonte alentador en el que seamos testigos del triunfo de procesos libertarios no sólo en Palestina sino en todo el mundo árabe.


NOTAS      
      
      
1 SERRANO, PACUAL. Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Ediciones Península, Barcelona, 2009. Página40. 
2 NAVARRO, LAURA. Contra el Islam. Ed. Almuzara, España, 2008. Página 45.
3 DE MORAES, DENIS. Cultura mediática y poder mundial. Grupo Editor Norma, Bogotá, 2005. Página 50.
4 FAVRET,REMI. Arafat, un destino para un pueblo. Espasa Calpe, Madrid, 1991. Páginas 36 y 37.
5 Situación que se modifica posteriormente cuando otras fuerzas, entre ellas Al Fatah con Arafat a la cabeza, se hacen cargo de la OLP, aunque los presupuestos arabistas se mantienen.
6 No vamos a emplear este término para referirnos a las construcciones discursivas islámicas elaboradas por distintos Estados para legitimarse (Arabia Saudí, por ejemplo).
7 De ahí la muy acertada comparación con los Bantustanes creados por la Sudáfrica del apartheid. 
8 El tercer lugar sagrado para los musulmanes después de Meca y Medina.
9 Ver KRAMER, MARTIN. Nacionalismo árabe: una identidad falsa (I). En /www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA64%20Oct.08/NacionalismoArabe1.htm
10 Recordemos que algo similar había sucedido ya en Argelia en 1992 ante el inminente triunfo del Frente Islámico de Salvación en las elecciones presidenciales.
11 Cfr. SALINGUE, PIERRE – YVES. ¿Los dirigentes del movimiento de la solidaridad con Palestina cómplices de los “Petain palestinos”? en http://oidislam.blogspot.com/2010/09/traidores-en-palestina.html





Capítulo 1


TRES MILLONES DE PALESTINOS DESPOJADOS DE SU PATRIA CUESTIONAN TODO ARREGLO DE PAZ EN MEDIO ORIENTE

- ¿Cómo te llamás?

- Zaki.

- ¿Qué edad tenés?

- Siete.

- ¿Vive tu padre?

- Murió.

- ¿Qué era tu padre?

- Fedaí. (miliciano)

- ¿Qué vas a ser cuando seas grande?

- Fedaí.

El chico rubio de cabeza rapada y uniforme a rayas que da estas respuestas en una escuela de huérfanos al sur de Beirut, Líbano, resume la mejor alternativa, que tras 26 años de frustración resta a tres millones de palestinos despojados de su patria: convertirse en fedayines, combatientes de la Revolución Palestina. “¿Palestinos? No sé lo que es eso”, declaró en una oportunidad la ex primer ministro de Israel, Golda Meir. Se conoce la eficacia ilusoria del argumento, utilizado  en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación. Muyaidín? Connait pas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO? Nao conhece. El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de estas negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido la historia. Desde hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras de las que se fueron “voluntariamente” en 1948, o que les fueron quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como no pueden, se vuelcan al terrorismo. Son en definitiva “terroristas árabes”. Es inútil que en el Medio Oriente estos argumentos hayan sido desmantelados, reducidos a su última inconsecuencia. Israel es Occidente y en Occidente la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente insostenible. La hoja 1974 de esta historia no ha sido todavía doblada y ya tiene varios renglones sangrientos: Keriat Shmonet, Kfair, Maalot, Nabatyé. Es difícil entenderla si se ignoran las hojas 1967, 1948, 1917, y aún las anteriores, incluso las que se salen de la historia y se hunden en la literatura religiosa.

EN EL PRINCIPIO FUE…

Primero –dicen– fueron los caanitas y después fueron los hebreos. Faltaban mil años para que naciera Cristo cuando Saúl fundó su reino, que después se partió en dos. Hace casi 2700 años el reino de Israel fue abatido por los asirios. Hace 2560 años el reino de Judá fue liquidado por los babilonios, y en el año 70 de nuestra era los romanos arrasaron Jerusalén. Estos son los precedentes históricos del Estado de Israel, sus títulos de propiedad sobre Palestina. El Sha de Irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión persa del siglo VI antes de Cristo, la Junta Militar griega podría recordar que Alejandro ocupó  Palestina el año 331, Paulo VI acordarse de que en el año 1099 los cruzados católicos fundaron el reino de Jerusalén. Los propios historiadores árabes han señalado burlonamente que los caanitas que ocuparon Palestina antes que los hebreos, venían de la península arábiga y eran, en consecuencia, “árabes”. Con la destrucción de Jerusalén –dicen– empezó la diáspora judía, la dispersión. Desde entonces, según la leyenda moderna, el judío anduvo errante por el mundo esperando el momento de volver a Palestina. ¿Cuántos volvieron realmente? Historiadores ingleses afirman que en el siglo XVI vivían en Palestina menos de 4.000 judíos, en el siglo XVIII, 5.000, y a mediados del siglo pasado, 10.000. Es recién a fines de ese siglo cuando algunos judíos empiezan a plantearse el retorno masivo, y cuando ese retorno asume una forma política y una ideología: el sionismo. ¿Por qué?

UN FRUTO TARDIO DEL CAPITALISMO

Una respuesta posible a esa pregunta surgió del campo de concentración nazi de Auschwitz. La escribió en 1944, su último año de vida, un judío marxista de 26 años, Abraham León: “El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del capitalismo” En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados y no necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos, pero que ahora es un competidor molesto para el capitalismo nativo. “Repentinamente” surge en esos países el chovinismo antisemita, y se convierten en extranjeros indeseables judíos integrados durante siglos a la vida de los mismos, que, como dice León, “tenían tan poco interés en volver a Palestina como el millonario norteamericano de hoy”. Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía que a la clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una nueva integración a nivel del capital financiero internacional. Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros que –como los Rotschild– veían venir la ola y querían que sus “hermanos” se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su herramienta en la Organización Mundial Sionista. El retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de que el país estaba ocupado por una población –500.000 habitantes– que desde la conquista islámica del siglo VII era árabe. Los fundadores del sionismo negaron el problema. En 1898 Herzl hizo un viaje a Palestina y preparó un informe donde la palabra árabe no figuraba. Palestina era una tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo sin tierra. El palestino se convirtió en “el hombre invisible” del Medio Oriente. Algunos alcanzaron sin embargo a descubrirlo. El escritor francés Max Nordau vio un día a Herzl y le dijo asombrado: “Pero en Palestina hay árabes” y agregó: “Vamos a cometer una injusticia”.

EN MEDIO SIGLO EL SIONISMO REEMPLAZÓ LA POBLACIÓN ÁRABE DE PALESTINA POR INMIGRANTES EUROPEOS

“Palestina es mi país” dice Ihsan. “Nunca estuve en Palestina”, dice, “pero algún día volveré porque nuestros comandos están peleando para que volvamos”. “Mi padre murió en Abar el Djelili”, dice Naifa. “La muerte de mi padre no me duele, porque murió por nosotros”. “Mi padre se llamaba Salah”, dice Randa. “Estaba peleando y murió”. Ninguno de los 480 huérfanos de la escuela de Suq el Garb, al sur de Beirut, había visto Palestina si no era a través de los ojos del padre muerto. En el aula las muchachas se levantaron para saludar al visitante que venía de tan lejos. En el pizarrón había una inscripción en árabe. Pregunté qué decía. Decía: “Historia Palestina”. La idea del Estado Judío surgió a fines del siglo pasado, como el último proyecto de un estado europeo cuando ya no existía en Europa lugar para un nuevo estado. Ese estado debía en consecuencia instalarse fuera de Europa y el lugar elegido resultó Oriente. La contradicción fue “resuelta” a través de la ideología –el sionismo– y la ideología se alimentó en el mito bíblico y en la simulación de que Palestina estaba deshabitada. Históricamente, estas construcciones mentales producen víctimas. En 1900 había en Palestina 500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974 hay tres millones de israelíes y 350.000 árabes, no hace falta preguntarse dónde están las víctimas: están afuera de Palestina, expulsadas de su patria. Conviene recordar –porque es la cuestión de fondo– cómo se produce ese trasvasamiento sin precedentes en que la población de un país es reemplazada por otra. Los primeros inmigrantes no provocaron la desconfianza de los árabes. En 1883 los habitantes de Sarafand recibieron a los colonos que llagaban con estas palabras. “Desde tiempo inmemorial somos hermanos de nuestros vecinos, los hijos de Israel, y viviremos con ellos como hermanos”. Ocho años después sin embargo los notables de Jerusalén pidieron al imperio otomano, que gobernaba Palestina, que prohibiera la inmigración judía, y en 1898 los árabes de Transjordania expulsaron violentamente una colonia judía. A pesar de las prohibiciones oficiales la inmigración continuó, aprovechando la corrupción de funcionarios turcos y de terratenientes árabes ausentistas que vendían sus tierras. En 1907 se estableció el primer kibutz, granja colectiva que desde el principio excluyó al trabajador árabe. Cuando en 1914 los turcos hicieron su primer y último censo, resultó que había en Palestina 690.000 habitantes, de los que 60.000 eran judíos. Ese año la guerra mundial dio al sionismo su gran oportunidad.

INGLATERRA REGALA PALESTINA

Foreign Office, Noviembre 2, 1917. Querido Lord Rotschild:

Tengo mucho placer en transmitirle, de parte del gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones Judías Sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él.

“El gobierno de Su Majestad contempla con simpatía en establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de ese objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de comunidades no-Judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de que disfrutan los Judíos en cualquier otro país”. “Le agradeceré ponga esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista”.

Este trozo de papel, en apariencia inofensivo, es el fundamento moderno del Estado de Israel. Se lo conoce como de declaración de Balfour, y lleva la firma del canciller inglés. Dos años después Balfour aclaró lo que quería decir: “El sionismo, bueno o malo, es mucho más trascendente que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa antigua tierra… En Palestina no pensamos llenar siquiera la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país”. Dos años antes de la Declaración, Gran Bretaña había prometido al Shariff Hussein, la independencia de los países árabes, a cambio de su ayuda en la guerra contra Turquía, aliada de Alemania. Y en efecto fueron soldados árabes los que liquidaron el dominio otomano en Medio Oriente. La declaración Balfour se conoció después y, finalizada la guerra, sirvió de base para la resolución de la Liga de las Naciones que convirtió a Palestina en mandato británico. En la redacción de ese documento participó la Organización Mundial Sionista. A partir de ese momento la inmigración creció inconteniblemente, organizada por la Agencia Judía, que formaba parte de la administración británica. Cuando los ingleses hicieron su primer censo en 1922 había en Palestina 760.000 habitantes, de los que algo más de 80.000 eran judíos: o sea el 11%. Esa proporción había subido en 1931 al 16 y en 1936 al 28%. Ese año se produciría la primera rebelión palestina contra los ingleses, que duró tres años y costó millares de muertos.

MANUAL DEL COLONIALISMO

Todavía en 1917 David Ben Gurion afirmó que “en un sentido histórico y moral” Palestina era un país “sin habitantes”. Ben Gurion no ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes: decía simplemente que no existían como seres históricos o morales. Por la misma época, según relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad de Argel enseñaban seriamente que los argelinos eran más parecidos a los monos que a los hombres. Este tren de pensamiento, llevado a sus conclusiones prácticas, puede encontrarse en el propio fundador del sionismo, Teodoro Herzl. “La edificación del Estado Judío” escribió “no puede hacerse por métodos arcaicos. Supongamos que queremos exterminar los animales salvajes de una región. Es evidente que no iremos con arco y flecha a seguir la pista de las fieras, como se hacía en el siglo XV. Organizaremos una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo.”

Algunos colonizadores admitían que los palestinos eran hombres, aunque más parecidos a los pieles rojas. “¿Quién ha dicho –preguntaba en 1921 la Organización Sionista de Gran Bretaña– que la colonización de un territorio subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento de sus habitantes? Si así fuera… un puñado de pieles rojas reinarían en el espacio ilimitado de América.”

UN GHETTO MÁS GRANDE

La mentalidad colonial marcó profundamente el establecimiento de la inmigración judía en Palestina. Se formaron comunidades cerradas, exclusivas, donde el árabe era un intruso. La reventa de tierras a los árabes se convirtió en pecado que las organizaciones terroristas judías castigaron sangrientamente. Aún a nivel de la clase obrera se instala una perversión de la conciencia que convierte al trabajador árabe primero en competidor del inmigrante, después en enemigo, finalmente en víctima. La Histradut, central sindical judía, no admite en su seno, los boicotea, prohíbe a las empresas judías que compren materiales trabajados por los árabes. David Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario israelí, ha recordado las dificultades que tuvo para explicar a otros “socialistas” ingleses que “en nuestro país uno adoctrina a las amas de casa para que no compren nada a los árabes, se piquetean las plantaciones de citrus para que ningún árabe pueda trabajar en ellas, se vuelca petróleo sobre los tomates árabes, se ataca en el mercado a la mujer judía que ha comprado huevos a un árabe, y se los rompe en la canasta…” La soberbia racial va moldeando esa sociedad en el más absoluto aislamiento,como si todos los ghettos del mundo se juntaran en un ghetto más grande, pero esta vez deliberadamente encerrado en sí mismo. Simón Luvich, israelí exiliado en Londres, recuerda con asombro aquella época de su infancia: “Para nosotros, los árabes eran una especie de exótica minoría étnica, que a veces bajaba de las montañas con sus kufeyas… Nunca entendimos de qué se trataba, porque no los veíamos.” Galili, ministro de Información de Israel, seguía sin verlos en 1969: “No consideramos a los árabes del país un grupo étnico ni un pueblo con carácter nacional definido”. Si es ceguera no ver lo que existe, a esa ceguera debe atribuirse la sangre que ha corrido y seguirá corriendo en Palestina.

EN 1947, UNA RESOLUCIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS QUITÓ A LOS PALESTINOS EL DERECHO A TENER UNA PATRIA

El israelí se jacta ante el mundo de ser el máximo representante en la historia de la Diáspora… Pero quien posee en tal grado el sentimiento del destierro, llega a ser completamente incapaz de comprender que otros puedan tener ese mismo sentimiento. No es cruel que digamos que el comportamiento de los israelíes sionistas con el pueblo original de Palestina es similar a la persecución nazi contra los propios judíos.

(Mahmud Darwish, poeta palestino).

El mandato británico sobre Palestina después de la primera guerra mundial permitió cumplir con la promesa, contenida en la declaración de Balfour de 1917, de establecer un “hogar nacional” judío en un territorio poblado por los árabes. Para el sionismo el Mandato era una etapa intermedia, necesaria antes de establecer una población propia en Palestina como base del Estado Judío, objetivo permanente detrás de la fachada del “hogar nacional”. Gran Bretaña favoreció ese proyecto hasta que la inminencia de la segunda guerra mundial le hizo ver que el riesgo de que los pueblos árabes se alinearan junto a Alemania. Las falsas promesas de 1915 se renovaron en 1939. En mayo de ese año el gobierno británico publicó un Libro Blanco donde reafirmaba que no tenía el propósito de imponer la nacionalidad judía a los árabes palestinos, prometía limitar a 75.000 el número de inmigrantes en los próximos cinco años y, a partir de 1944, no admitir nueva inmigración sin el consentimiento explícito de los árabes. El Libro Blanco fue un producto tardío e ineficaz del colonialismo ingles. En los primeros 20 años de Mandato la proporción de habitantes judíos en Palestina pasó del 10 al 30%. Solamente en 1935 habían entrado más de 60.000 colonos: en 1940 la población judía se acercaba al medio millón.

ACEITANDO EL FUSIL

Los jefes de la Agencia Judía concibieron desde el principio la inmigración como una “colonización armada” y construyeron una organización semiclandestina, el Haganah, de la que en 1935 se separó un brote terrorista de ultraderecha, el Irgun, cuyo lema era un mapa de Palestina y Transjordania atravesado por un brazo armado y un fusil con el lema hebreo Rak Kach (“Sólo así”). Inicialmente estas organizaciones se limitaron a asegurar mediante el terror la vigencia del boycot antiárabe, pero a partir de 1939 empezaron a prepararse para combatir, también a los ingleses. Curiosamente uno de esos preparativos consistió en el ingreso masivo de judíos en el ejército británico: al final de la segunda guerra su número llegaría a 27.000 hombres, que serían el núcleo del ejército judío para la confrontación final en dos tiempos: contra los ingleses y contra los árabes.

EL EMPUJÓN NAZI

El estallido de la guerra llevó a su paroxismo la persecución de los judíos en Alemania y brindó un nuevo argumento para la inmigración en Palestina. Ben Gurion resumió en estos términos el sentido y los límites de la alianza entre el sionismo y Gran Bretaña: “Lucharemos junto a Gran Bretaña en esta guerra como si el Libro Blanco no existiera, y lucharemos contra el Libro Blanco como si no existiera la guerra”. En la práctica esto significó desconocer las cláusulas restrictivas del Libro Blanco e intensificar la inmigración clandestina, aún desafiando el bloqueo inglés. Buques cargados de inmigrantes europeos fugitivos del nazismo empezaron a llegar a las playas palestinas. Cuando en 1940 los ingleses pretendieron devolver el cargamento de dos de esos barcos, el buque Patria que debía transportarlos confinados a la isla Mauricio, saltó en pedazos en el puerto de Haifa. Allí murieron 250 personas, en su mayoría mujeres y niños. Aunque el sionismo alegó que los propios refugiados volaron el Patria, la opinión mundial se indignó ante la insensibilidad británica. Recién 18 años después un miembro del Comité de Acción Sionista, Rosenblum, reveló que el Patria había sido volado por la Haganah, sin consultar a las víctimas. “Con nuestras propias manos asesinamos a nuestros hijos”, escribió Rosenblum.

LLEGAN LOS AMERICANOS

En 1942 el centro de gravedad del sionismo se había desplazado de Gran Bretaña a los Estados Unidos. El 11 de mayo de ese año la Organización Sionista Americana publicó un manifiesto que luego fue conocido como el Programa de Baltimore. Planteaba cuatro exigencias: el fin del Mandato, el reconocimiento de Palestina como Estado soberano judío, la creación de un ejército judío, la formación de un gobierno judío. En Jerusalén, la Agencia Judía adoptó el Programa de Baltimore como política oficial del sionismo y se desligó del Mandato. Gran Bretaña había cumplido su ciclo. Iba a librar aún acciones de retaguardia, condenadas de antemano, pero dejaría en Medio Oriente –como en la India, como en Irlanda– la semilla de un conflicto inagotable. Los norteamericanos tomaron el relevo de los ingleses y no lo abandonaron hasta hoy. Cuando en 1945 se desmoronó el nazismo y se abrieron las puertas de los campos de concentración –las cámaras de gas, los patéticos restos de una infinita carnicería–, un sentimiento de horror sacudió a Europa. Los europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios demonios a lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades de Hitler son distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia: ingleses que no han oído de Kenya se asustan de las persecuciones de Stalin, y algunos italianos están convencidos de que el fascismo nació en la Argentina. De acuerdo con este esquema, el exterminio de los judíos iba a ser purgado no en el lugar donde ocurrió, sino en Medio Oriente: no por quienes lo ejecutaron o lo permitieron sino por gente que no tenía nada que ver. El proyecto de un Estado Judío en Palestina se convirtió así en clamor mundial y los dirigentes sionistas lo explotaron serenamente. Los 225.000 sobrevivientes de los campos de concentración fueron canalizados a Palestina aumentando una población que ya al fin de la guerra ascendía al 32%. Entretanto se preparaba la guerra. No se había disipado el humo sobre las ruinas de Berlín ni se había desenterrado el espanto total de Auschwitz cuando David Ben Gurion, futura cabeza del Estado de Israel, negociaba en Estados Unidos la compra de armamento pesado y la reorganización de la Haganah por militares norteamericanos.

NACE UNA NACIÓN

Una fulgurante campaña de terror contra los ingleses precipitó el epílogo. En febrero de 1947 Gran Bretaña anunció que, en esas condiciones, no estaba dispuesta a seguir gobernando Palestina, y devolvió a las Naciones Unidas el Mandato que le había entregado la Liga de las Naciones. La Asamblea de la UN discutió siete meses el tema y finalmente elaboró una solución “salomónica”. Palestina sería dividida en dos Estados: uno judío, otro árabe. En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000 judíos. Los palestinos poseían el 94% de la tierra y los judíos el 6%. El Plan de Partición de las Naciones Unidas dividió el país en dos. En uno, que se convertiría en el Estado de Israel, y que abarcaba el 60% de las mejores tierras cultivables, había 500.000 judíos y 400.000 palestinos. En el 40% restante, que nunca llegó a convertirse en Estado, y que hoy forma parte de Israel, había 800.000 palestinos y 100.000 judíos. El mapa resultante es un notable ejercicio de topología en que ambos países aparecen superpuestos, con pasadizos y corredores para comunicar regiones separadas. Lo que no dice el mapa es que la mitad de las tierras de propiedad palestina caían bajo jurisdicción israelí, y que en millares de casos la aldea árabe quedaba separada de las tierras que cultivaban sus habitantes. El 29 de noviembre de 1947, por una mayoría de dos tercios que encabezaban los Estados Unidos y la Unión Soviética, la Asamblea de la UN aprobó el Plan de Partición y desencadenó la desgracia del pueblo palestino, el genocidio, el éxodo y la guerra. En la votación los norteamericanos presionaron hasta el límite a los dóciles gobiernos asiáticos y latinoamericanos. Una empresa yanqui compró a la vista de todo el mundo el voto de un país africano. El secretario de Defensa norteamericano James Forrestal, que no era propenso a escandalizarse, pudo escribir: “Los métodos que se han usado en la Asamblea General para presionar y coercionar a otras naciones, bordean el escándalo”. Así nació Israel. Pero la historia no terminaba. Al día siguiente de la votación, el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar a los árabes del territorio que le había dejado el Plan de Partición.

EL TERROR SIONISTA Y EL ÉXODO PALESTINO. LA MASACRE DE DEIR YASSIN SENTÓ UN MODELO DE ESCARMIENTO

“Durante tres días, del 11 al 13 de diciembre, atacamos en Haifa y en Jaffa, en Tireb y Yazur. Atacamos y volvimos a atacar en Jerusalén… Las bajas enemigas en muertos y enemigos fueron muy altas”. De este modo describe Menajem Begin, el jefe del Irgun, el comienzo de la guerra que durante siete meses sacudió a Palestina en 1947-48. El objetivo de esos ataques no eran ya los ingleses. El 29 de noviembre las Naciones Unidas habían votado la partición de Palestina y Gran Bretaña anunció el 14 de mayo de 1948 que retiraba sus últimas tropas. El blanco de la ofensiva en que participaron la Haganah, el Irgun y la Banda Stern era la población Palestina, desarmada y desorganizada. En septiembre de 1946 la Haganah había caracterizado al Irgun y la Banda Stern como “organizaciones que se ganan la vida mediante el gangsterismo, el contrabando, el tráfico de drogas en gran escala, el robo a mano armada, el mercado negro”. Esta suma de dicterios expresaba en realidad diferencias políticas y de método. Mientras la Haganah, brazo armado de la Agencia Judía, se definía como “socialista” y buscaba una imagen de respetabilidad, el Irgun evolucionaba hacia las posiciones fascistas que hoy sostiene el partido Herut, encabezado por el mismo Begin y la Banda Stern era un grupo de desesperados de ultraderecha. A pesar de las acciones espectaculares del Irgun, Haganah fue siempre la organización de mayor peso y de ella surgieron los líderes, hasta hoy, del Estado de Israel.


Como jefe militar aparecía Moshe Sneh. La cabeza real era Ben Gurion –luego primer ministro– y entre sus dirigentes figuraban Moshe Dayan, hasta hace poco ministro de Defensa, y el actual primer ministro Itshak Rabin. Un comité anglonorteamericano de investigación sobre la violencia en Palestina describió en 1946 los efectivos de la Haganah: una fuerza territorial de reserva de 40.000 colonos, un ejército de campaña de 16.000, y una fuerza de choque, el Palmach, que oscilaba entre 2.000 y 6.000. El Irgun tenia de 3.000 a 5.000 combatientes; la Banda Stern alrededor de 300. Separadas por ácidas disputas, estas tres fuerzas confluyeron rápidamente ante el anuncio de la retirada inglesa, aceptaron la hegemonía de la Haganah y pusieron en práctica el llamado Plan D, que consistía en aterrorizar a la población árabe en el período de vacío político comprendido desde el voto de la UN y la retirada inglesa y limpiar de árabes el Estado Judío y ocupar todo el territorio posible del Estado Árabe previsto por el Plan de Partición.

DEIR YASSIN

Las primeras operaciones combinadas de las organizaciones sionistas se desataron en diciembre de 1947 sobre la carretera que unía los dos principales baluartes judíos: la ciudad costera de Tel Aviv y el barrio judío de Jerusalén. La carretera estaba flanqueada por aldeas árabes, lo que equivalía al bloqueo de Jerusalén. La primera etapa consistió en operaciones de hostigamiento contra esas aldeas, duró hasta marzo de 1948 y dejó 1700 muertos. La ofensiva en gran escala comenzó el 3 de abril cuando el Palmach tomó por asalto la aldea de Qastall, situada sobre un cerro que dominaba la carretera. Seis días después el Irgun con el conocimiento de la Haganah, desarrolló una operación que hasta el día de hoy aparece ante cien millones de árabes como el símbolo del horror: el asalto y la masacre de Deir Yassin. Deir Yassin era una pequeña aldea árabe situada cinco kilómetros al oeste de Jerusalén. No tenía importancia estratégica alguna y sus habitantes permanecían al margen de la conflagración. En la mañana del 9 de abril, 200 efectivos del Irgun y la Banda Stern entraron a sangre y fuego casa por casa, masacrando a 254 hombres, mujeres y niños, saquearon, violaron, mutilaron cadáveres y los arrojaron a una fosa común. “El baño de sangre de Deir Yassin” –admitió después el escritor judío Arthur Koestler- “fue la peor atrocidad cometida por los terroristas en toda su carrera”.

DISCURSO DEL MÉTODO

En su libro La Rebelión, el autor de la masacre, Menajem Begin, aclaró sus motivos. Después de Deir Yassin, dice, “un pánico sin límites asaltó a los árabes, que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta fuga en masa se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los 800.000 árabes que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron 165.000”. La opinión de Begin es confirmada por Koestler: “La población árabe fue presa del pánico y escapó de sus pueblos y aldeas lanzando el lastimero grito: Deir Yassin. Huyeron de sus casas dejando a medio beber el último café en el pocillo de porcelana”. Si los detalles de la masacre de Deir Yassin merecen un tratamiento aparte cuando se discuta el rol del terrorismo en las luchas palestinas, sus efectos políticos y militares se hicieron evidentes enseguida. Tres días después el Palmach tomó Kolonia sin lucha y dinamitó una por una las casas árabes. Cinco aldeas más fueron destruidas por la fuerza de choque del Haganah antes del 17 de abril con un saldo de 350 muertos. El 21 de abril, dice Begin, “todas las fuerzas judías penetraron en Haifa como un cuchillo entra en la manteca. Los árabes escapaban aterrados gritando Deir Yassin”. Haifa era la segunda ciudad de Palestina. En una semana su población se redujo de 60.000 a 9.000. El 25 de abril el Irgun atacó Jaffa, la ciudad árabe contigua a Tel Aviv. Al principio hubo resistencia, pero después se repitió el fenómeno: los árabes escapaban por decenas de millares. Aquí no fue necesario el ejemplo de Deir Yassin: los últimos defensores de Jaffa fueron fusilados sobre el terreno, los sobrevivientes expulsados con lo puesto, y las casas dinamitadas una tras otra. El mismo día la Haganah tomó Acre. Bastó un megáfono y el anuncio de represalias, para que el éxodo se repitiera. Mientras estos episodios se repetían en centenares de aldeas y decenas de millares de familias palestinas ambulaban por los caminos que conducían al Líbano, Siria, Jordania, las tropas británicas observaron con singular indiferencia, limitándose a impedir que los incipientes ejércitos de los países árabes violaran las fronteras del nuevo Estado de Israel. El 14 de mayo las últimas columnas del ejército inglés desfilaron al son de las gaitas por las calles de Jerusalén. En el primer minuto del 15, una exclamación de júbilo brotó de las posiciones conquistadas por los israelíes: era el Día de la Independencia. Nathan Chowsi, un judío que emigró a Palestina en 1906, ha calificado ese júbilo: “Los viejos colonos de Palestina podríamos relatar de que manera nosotros, los judíos, expulsamos a los árabes de sus ciudades y sus aldeas… Aquí había un pueblo que vivió 1300 años en su propia tierra. Vinimos nosotros y convertimos a los árabes en trágicos refugiados. Y todavía nos atrevemos a calumniarlos y difamarlos, a ensuciar su nombre. En vez de sentirnos profundamente avergonzados por lo que hicimos, y tratar de enmendar todo el mal que hemos cometido, ayudando a esos infelices refugiados, justificamos nuestros actos terribles, y tratamos inclusive de glorificarlos”.

PRODUCTO DE TRES GUERRAS Y DE INNUMERABLES PERSECUCIONES EL PUEBLO DE LAS TIENDAS AGUARDA SU HORA

- ¿Usted de dónde es?

- Soy de Jaffa.

- ¿Y dónde vive?

- Yo vivo en una carpa. Y usted, ¿de dónde es?

- Soy de Bulgaria.

- ¿Y dónde vive?

- Vivo en Jaffa.

(Arlette Tessier. “Diálogo en Gaza”)

“Esta es una transmisión de la Haganah, intimidando a los árabes a que abandonen esta distrito antes de las 5:15 de la madrugada. Tengan piedad de sus mujeres y de sus hijos y salgan de este baño de sangre. Váyanse por el camino de Jericó, que todavía está abierto. Si se quedan, vendrá el desastre”. Aún no había amanecido el 15 de mayo de 1948, Día de la Independencia de Israel, cuando decenas de camiones equipados con altoparlantes transmitían este mensaje a las poblaciones árabes. El desastre que se invocaba no era una amenaza hueca. El recuerdo de la masacre de Deir Yassin se unía en la mente de los palestinos al de decenas de pueblos y ciudades ocupados a sangre y fuego. El Plan Dalat o Plan D, puesto en ejecución por el alto mando de la Haganah, al que se plegaron las otras dos organizaciones terroristas –Irgun y Stern- incluyó trece campañas militares en regla entre el 1º de abril (Operación Nachshon) y el 14 de mayo (Operaciones Ben Ami, Pitchfork y Schfilon). Ocho de ellas se desarrollaron fuera de Israel. El resultado de estas operaciones fue la ocupación de Haifa, Jaffa, Beisan, Acre, barrio residencial árabe de Jerusalén y otras poblaciones menores, así como la “purificación” de Galilea. Antes que Ben Gurion proclamara el Estado de Israel en un museo de Tel Aviv, bajo un retrato de Teodoro Herzl fundador del sionismo, había ya 400.000 palestinos fugitivos. Pero en la madrugada del 15 las fuerzas israelíes cruzaron arrolladoramente las fronteras del Estado árabe consagrado por el Plan de Partición de la UN que, de ese modo, no llegó a existir. Es entonces cuando se produce, según la historia oficial israelí, pródiga en mitos, “la invasión de cinco poderosos ejércitos árabes” contra el indefenso Estado de Israel.

EL COWBOY Y EL PIELROJA

Después de la guerra del 48, cada bando hizo su balance militar. Solamente la Haganah, que en 1946 tenía 65.000 hombres (fuente británica) y en 1948, 90.000 (fuente israelí), contaba un año antes de la guerra con 10.000 fusiles, 1.900 metralletas, 600 ametralladoras y 768 morteros: en este caso la fuente es Ben Gurion. En los meses anteriores a la Partición, ese armamento se multiplicó merced a la introducción “clandestina” de una fábrica capaz de producir 100 metralletas y 50.000 balas por día. Y en vísperas de la guerra, agentes israelíes contrabandearon por barco y por avión millares de fusiles y ametralladoras checas. Fuentes árabes estiman el total de sus fuerzas en 21.000 hombres mal equipados, con largas líneas de comunicaciones. En Egipto reinaba el corrompido rey Faruk, cuyo primer ministro Nokrashy no tenía el menor interés en mandar hombres a Palestina, desafiando a los ingleses que aún ocupaban el Canal de Suez. En Irak gobernaba un títere de los ingleses, Nuri as Said. Siria acababa de independizarse de los franceses y su ejército no superaba los 3.000 hombres. El “ejército” libanés tenía apenas 1.000 reclutas. La única fuerza militar atendible, la Legión Árabe, reunía 4.000 hombres adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. El Foreign Office llegó a un acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió a la Legión violar la frontera israelí. (Abdullah pagó después su traición a manos de un refugiado palestino). En estas condiciones la invasión de los “poderosos ejércitos árabes” en apoyo de sus hermanos palestinos resultó apenas un gesto desesperado. A pesar de todo, esas fuerzas consiguieron algunos éxitos iniciales, cuyo eje era el bloqueo de Jerusalén, pero el 11 de junio aceptaron una tregua que les hizo perder todas las ventajas conseguidas. En menos de un mes la Haganah terminó de convertirse en un ejército regular, y cuando el 7 de julio se reanudó la lucha, duró apenas diez días. Ahora sí, los árabes estaban vencidos.

EL MASACRADOR DE LYDDA

En el contexto de la derrota, cabe el estilo de la victoria. El 11 de julio de 1948, la población árabe de Lydda, que se había rendido a los israelíes, se sublevó al advertir la presencia de unos tanques jordanos. El tercer regimiento del Palmach liquidó en horas la insurrección, entrando casa por casa y disparando sobre todo lo que se movía. Según fuente israelí, hubo 250 muertos. Según fuente árabe, entre 500 y 1.700, de los cuales 150 fusilados en la Gran Mezquita convertida en prisión. El escritor inglés Erskine Childers dice que una columna israelí entró en el pueblo disparando en todas direcciones: “los cadáveres de hombres, mujeres y niños quedaron desparramados en las calles, tras esta carga implacablemente brillante”. Y dice quién iba al frente de la columna: Moshe Dayan, un nombre que haría historia. Tras la firma del armisticio, Israel se quedó con 3.500 kilómetros cuadrados más de tierra palestina, Faruk se apropió la franja de Gaza y la monarquía hachemita anexó la Cisjordania. Palestina había dejado de existir. Casi 900.000 palestinos se amontonaban en los campamentos de refugiados de Jordania, Siria, Líbano, Gaza, alimentándose con las raciones de socorro de la UN. Una generación entera nació y creció bajo las carpas. En 1954 eran más de un millón, en 1956, 1.300.000. Otros 500.000 habían emigrado al Canadá, al Brasil y a otros países. En 1956 esos desterrados vieron pasar entre columnas de polvo los tanques israelíes que se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los ingleses y los franceses ocupaban el Canal. Meses después los vieron regresar. En 1967 el dios de la guerra volvió a tronar en los escuálidos campamentos del Pueblo de las Tiendas.

LA PAZ ISRAELÍ

Fue con repugnancia que vi por televisión las escenas de Israel en aquellos días; la ostentación del orgullo y la brutalidad del conquistador; los estallidos del chauvinismo; y las salvajes celebraciones del inglorioso triunfo, contrastando con las imágenes del sufrimiento y desolación árabe, las caravanas de refugiados jordanos y los cadáveres de los soldados egipcios muertos de sed en el desierto. Contemplé las figuras medievales de los rabís y los khassidim saltando de alegría en el Muro de los Lamentos; y sentí como los fantasmas del oscurantismo talmúdico –que bien conozcose amontonaban sobre el país, y cómo la atmósfera reaccionaria de Israel se volvía densa y sofocante.

Este es el comentario de un escritor judío, Isaac Deutscher, a la fulgurante campaña de los Seis Días que, en junio de 1967, arrojó al ejército egipcio al otro lado del Canal de Suez. Sus glorias han sido suficientemente cantadas. Entre ellas no figura probablemente la expulsión de 250.000 palestinos que aún quedaban en Cisjordania y Gaza. En el vacío que dejó el largo éxodo palestino, se estableció la Paz Israelí. El profesor de matemáticas italiano le sacó la casa al tendero árabe. El lingüista inglés construyó la suya sobre un espacio demolido. El pintor apátrida del Quartier Latin se rodeó de un ambiente “oriental”. El ingeniero agrónomo argentino se fue al kibutz donde ya no quedaba ni memoria del fellah que durante trece siglos le preparó la tierra: como si no hubiera tierra en la Argentina.

EN LA RESISTENCIA ARMADA EL PUEBLO PALESTINO ENCONTRÓ AL FIN SU IDENTIDAD NEGADA POR LA OCUPACIÓN

“Yo soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados. Nos quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?” “Djebelia tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos daban trabajo, decían que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos bombardearon. Empezaron a las 10 de la mañana y nos cañonearon hasta las 5 de la tarde. Hubo 500 muertos. ¿Por qué? Porque somos palestinos. De noche rodean el campamento con tanques, no nos dejan salir. Y sin embargo, tienen miedo: yo aprendí el israelí y los oigo conversar. Cuando pasan en un jeep, van sentados alrededor del jeep, apuntando en distintas direcciones”. El muchacho se ríe. Estamos en el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut, capital de Líbano, a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay 20.000 refugiados en este campamento que es en realidad un pueblo, una villa cuya copia casi exacta son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas casas de bloques con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta por donde circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero, el palestino pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio libre: recuerdo del campo al que uno y otro pertenecen. Después las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque en Medio Oriente el espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe dos veces en la provincia de Tucumán. Pero otra diferencia que al principio casi no se nota, va penetrando como la verdad esencial del campamento. Son los hombres vestidos de caqui que sentados en alturas estratégicas vigilan con el fusil AK cruzado sobre las rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a recibirnos, es la puerta de madera de una casa donde el refugiado que la habita ha pintado todo a lo alto la bandera roja, verde blanca y negra de la Resistencia palestina, y adentro de la bandera su nombre en árabe. Administrativamente, el campamento depende de la UN. Políticamente, la palabra es Fatah.

LA LUZ DE LA ESPERANZA

En una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah (sigla de Movimiento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el enviado de Noticias las etapas de la Resistencia. “La primera etapa, antes de 1965, fue de preparación y organización. Llegamos a la conclusión de que la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino, y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una época llena de dificultades: teníamos tantos enemigos… No eran sólo los israelíes, sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países árabes. Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el ejército jordano al cruzar la frontera con Israel. “Nuestras operaciones militares fueron una de las razones que alegaron los israelíes para desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países árabes fueron derrotados y se instaló un clima de derrota. Era importante acabar con ese clima, y por eso, apenas terminada la guerra, nosotros reanudamos las hostilidades. Eso fue el 28 de agosto de 1967.


“En cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina, pusimos fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes militares, derribamos tres helicópteros, destruimos medio centenar de vehículos, hicimos estallar el depósito de explosivos de Acre y bombardeamos con bazukas los suburbios de Jerusalén y Tel Aviv. El precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran cuadros de conducción. Pero en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida como una luz de esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando dimos la batalla de Al Karameh”.

EL SIGNO DE KARAMEH

Si Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece, Al Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la derrota, la confiscación, la persecución, el exilio. Dice un combatiente: “En esa época, nuestro problema era obtener bases permanentes. En la guerra de junio habíamos perdido las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces empezamos a filtrarnos en Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así se formó la base de Al Karameh, en el campamento de ese nombre que existía desde 1948. Juntamos 500 combatientes en la zona. De allí lanzamos una escalada operativa. “El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelíes empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en gran escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques. Pero estaban tan orgullosos de la victoria de junio, tan seguros de que nadie podía oponerles resistencia, que no tomaron medidas de seguridad. Nosotros nos enteramos 48 horas antes de la operación. “Llamamos a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos si debíamos enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los principios de la guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo ataca en fuerza, nosotros nos retiramos, todas esas cosas”. Fatah sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental era el marco político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah decidió dar la batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña organización, el Ejército de Liberación Palestino. “Con ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada, Al Karameh era terreno llano, con una población, una villa de emergencia. Había que pelear como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos, nos enterramos, y esperamos el amanecer.

LA PICADURA Y EL BURRO

“A las 5 de la mañana empezaron la preparación de artillería, después avanzaron los tanques. Venían como para desfile. Traían periodistas y Dayan les dijo que iban a almorzar en Amán, la capital de Jordania. Cuando les paramos un tanque con un bazukazo, y después otro, se quedaron como sorprendidos. No esperaban eso. Retrocedieron, después volvieron a avanzar. Ahora venían con aviones y helicópteros además de los tanques. Les resistimos trinchera por trinchera, les resistimos hasta el mediodía. Y en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército jordano, inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos. El rey Hussein había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban: oficiales árabes. No se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto el ejército jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con nosotros. Eso fue a mediodía. A las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse. No podíamos creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez en la historia. Y cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos hecho: los tanques destruidos, los equipos abandonados. Al día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado. A Dayan le preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó que sólo el burro no cambia de opinión. A Levy Eshkol le preguntaron que había sucedido, y él dijo que el que busca miel, debe esperar algunas picaduras. Aquella picadura la hicimos nosotros, y nos costó. Nos costó 90 muertos, que son muchos cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al Karameh cambió todo, fue un viraje decisivo. Les demostró a todos los árabes que ellos podían derrotar al ejército israelí. Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces, Al Fatah era una organización estrictamente secreta, un puñado de hombres. La batalla de Al Karameh demostró a las masas que éramos sinceros, que podíamos convertirnos en el cuchillo y en la víctima como dice uno de nuestros documentos, “entrar en la batalla para crearlo todo de la nada, que los palestinos podíamos cerrar el puño sobre la brasa ardiente, como dice nuestro hermano Abu Ammar (Arafat)”

Después de la batalla de Al Karameh millares de palestinos acudieron a incorporarse a Al Fatah, que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque tuvo que abrir las puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese flujo. Un año después la Resistencia palestina se paseaba libremente por Siria, tenía una estación de radio en El Cairo, dominaba prácticamente en Líbano Jordania. Sobre ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein. La esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas de Jordania, antes de renacer poco a poco como una llama que no está destinada a apagarse.

“EL SIONISMO NO ES SÓLO EL ENEMIGO DE LOS ÁRABES, ES EL ENEMIGO DE TODA LA HUMANIDAD” – FATAH

En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a la batalla de Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza árabe podía enfrentar al ejército israelí. “En Karameh, la Revolución Palestina creó las circunstancias de su propio crecimiento. Todo el mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros enemigos redoblaron sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron nuestras bases y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios también. Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El ejército de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y aviones. “No consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros. La masacre se reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania. Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la cuarta etapa de nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó. Tuvimos que adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los propios territorios ocupados. El resultado se vio después de un año, con el aumento de las operaciones. También aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado es que actualmente la opinión pública mundial empieza a comprender que no hay acuerdo estable en Medio Oriente sin el pueblo palestino, que no hay paz sin Revolución Palestina. Actualmente la totalidad de los países africanos, con excepción por supuesto de los residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único representante legítimo del pueblo palestino. En la Conferencia de Países no Alineados de Argel, el año pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea que las relaciones de la Revolución Palestina con el resto del mundo crecen día a día, y particularmente con el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética. Por supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la de Octubre, todo el mundo sabe –y principalmente los israelíesque no hubo dos frentes, sino tres: el egipcio, el sirio y el palestino”.

OLP Y CNP

Fatah es la fuerza hegemónica de la guerrilla palestina. Su líder Abu Ammar (Arafat) preside la OLP y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo Nacional Palestino. Pero no es la única organización de la Resistencia. En la OLP figuran, además de Fatah, el Frente Popular dirigido por Habache, el Frente Democrático de Hawathme (escisión del FP) y Saika, organización adiestrada por los sirios. Después de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar, y el FD, que se define como marxista-leninista, la de mayor capacidad política, mientras que la estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo, parece declinar. Fuera de la OLP se encuentra todavía el Comando General, escindido del FP y dirigido por Ahmad Jibril, que saltó a la notoriedad a comienzos de este año con la operación de Kyriat Shmonet. El Consejo Nacional Palestino, CNP, la organización más amplia de la Revolución, incluye no sólo a las organizaciones guerrilleras, sino a los frentes de masas, delegados de territorios ocupados y de la emigración y de grupos financieros y religiosos. A los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografías ni las autobiografías. Trazar su historia no es fácil. Un documento de la Organización, fechado en 1969, admite que sus creadores fueron un grupo de intelectuales que publicaban la revista Nuestra Palestina, antes de optar por la lucha armada. En ese punto su primera preocupación fue financiar la futura Organización, sin pedir ayuda a los gobiernos árabes, y el camino que eligieron fue heterodoxo:

“Ya no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades comerciales en las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al principio esto creó una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no nos desalentó… porque nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo esencial para ahorrar el máximo de nuestros ingresos y destinarlo al movimiento”.

¿Quiénes eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos –Abu Ammar, Abu Iyad, Abu Ihad- son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe de los demás. Los tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a trabajar. Cuando en 1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo palestino. Abu Ammar operó allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a medias ciego, de gruesos anteojos negros. Su designación como “vocero” de Fatah fue una decisión en la que no participó. “Necesitábamos un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa israelí había empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era uno de los líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila… La dirección se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de dirección que no estaba presente. La decisión se anunció y él tuvo que cumplir con la decisión”.

HABLA FATAH

A pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada: “Si abordáramos solamente la lucha armada, estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares partimos de una situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la lucha política, también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos chocaríamos con la realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura. “En consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción militar, ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la organización política”. ¿Cuál es el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo desde hace años: la creación de un estado y no religioso en Palestina. ¿Cuál sería la situación de los judíos en ese Estado?

“Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no solamente de los árabes”. Preguntó un periodista:

- ¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier

lugar del mundo?

Contestó Fatah:

- Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado.




ÁNGEL HORACIO MOLINA, Perito en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Salta (Argentina) y ha cursado estudios de Ciencia Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Realizó cursos y diversas actividades académicas en Turquía (2009) e Irán (2011 - 2012). Fue conductor del espacio radial “Mundo Árabe” (Salta -1994) y formó parte del equipo periodístico del programa Senda Nacional (Rosario - 2008). Actualmente es Secretario de Relaciones e Intercambios del Centro de Estudios Orientales de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario y forma parte del Centro de Estudios Nacionales Scalabrini Ortiz (Rosario – Argentina). Ha publicado varios artículos y ensayos de investigación entre los que se encuentran: “Algunas contribuciones políticas del Islam", “Irán, categorías y limites analíticos”, “Los aliados árabes de Israel”, “Gaza y el ocaso del arabismo” y “Ashura o la representación de la desmesura”. Desde el 2007 hasta el presente es Jefe de Redacción de Analecta Literaria.

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